De dónde viene Oswaldo Ortiz

Una descripción rápida de los acontecimientos que moldean la vida de Oswaldo Ortiz

11/18/20257 min read

De dónde vengo y por qué escribo esto

Me llamo Oswaldo Ortiz. Soy abogado colombiano, cristiano, migrante, esposo y padre de cinco hijos. Hoy vivo en el suroeste de Florida, pero mi historia pasa por Bogotá, los llanos del Vichada, la sabana de Sincelejo, la Cartagena heroica, una Venezuela en derrumbe y, finalmente, Estados Unidos.

Si hay una palabra que atraviesa toda esa ruta es esta: abandono. El abandono del Estado en los territorios más alejados. El abandono de comunidades enteras frente a la guerrilla. El abandono de millones de latinoamericanos obligados a irse de sus países. Y, más recientemente, el abandono de la Colombia migrante, que sostiene al país con remesas pero casi no tiene voz política.

Todo lo que hago hoy, desde el activismo hasta el trabajo con migrantes, nace de esa experiencia acumulada frente a un enemigo silencioso: el abandono.

Bogotá: fe, estudio y escasez

Nací en Bogotá en 1983, hijo de padre costeño y madre paisa. Los dos migrantes. Salir de tu tierra para buscar el éxito fuera de tu ciudad natal te convierte en un migrante aunque no salgas de tu pais. Mi papá abogado, mi mamá maestra. No sobraba el dinero, pero en mi casa hubo siempre dos prioridades firmes: la fe en Jesucristo y la educación. La escasez era real, pero también lo era la convicción de que estudiar podía abrir puertas que de otra forma permanecerían cerradas.

Bogotá fue mi primer laboratorio social. Allí vi de cerca la desigualdad, la vida acelerada de la capital y la distancia entre los discursos oficiales y la realidad de los barrios. Sin usar todavía palabras técnicas, ya intuía que muchos ciudadanos estaban, en la práctica, por fuera del radar de quienes tomaban decisiones.

La Primavera, Vichada: belleza infinita, Estado ausente

La mudanza a La Primavera, en el llano colombiano, cambió mi vida. Pasé de la capital a un municipio remoto, rodeado por uno de los paisajes más hermosos que he visto, y al mismo tiempo, por una de las formas más crudas de abandono estatal.

El llano es impresionante. Horizontes abiertos, atardeceres que parecen incendiar el cielo, ríos que atraviesan la tierra con calma, sabanas pobladas de ganado y aves, noches llenas de estrellas que en la ciudad simplemente no existen. Es un lugar que invita a soñar en grande.

Pero debajo de esa belleza había otra realidad. La Primavera no tenía luz estable, ni agua en condiciones dignas, ni señal telefonica. Las cosas básicas que en otros lugares se consideran normales allí eran excepcionales. La sensación era clara: vivíamos en una zona de Colombia que el Estado había dejado a su suerte.

Siendo niño, con poco más de diez años, viví tomas guerrilleras al municipio. No era algo lejano, era el pueblo donde yo dormía. El miedo a ser reclutado por las FARC formaba parte del clima cotidiano. Esa experiencia grabó una idea que nunca se ha ido. Cuando el Estado abandona un territorio, no queda un vacío neutral: otros actores, casi siempre violentos, ocupan ese espacio.

Ese abandono inicial es la raíz de muchas cosas que más tarde vería repetirse en otros contextos, incluidos los que hoy sufrimos en la Colombia migrante.

Sincelejo y la sabana: estudiar en la Colombia profunda

Huyendo del terror, viví en la tierra de mi padre. Sincelejo. Allí terminé el colegio. La sabana colombiana tiene su propio carácter. Es tierra caliente, de gente cercana, conversaciones largas, tradiciones fuertes y una mezcla de campo y ciudad que define buena parte de la realidad del país.

Allí confirmé algo que ya intuía. Colombia no es un solo país, son varios países conviviendo dentro de las mismas fronteras. Mientras en algunos lugares se discute de política en salones climatizados, en otros se vive con vías deterioradas, servicios precarios y pocas oportunidades reales de ascenso social. Ese contraste volvió a mostrarme el mismo patrón: hay territorios que cuentan y territorios que se acostumbraron a ser tratados como secundarios.

Cartagena: la heroica y el sentido de la justicia

Después de Sincelejo llegué a Cartagena para estudiar derecho. No fue en la universidad pública más conocida, pero sí en una ciudad que por sí sola es una cátedra de historia. Cartagena es murallas, puertos, sol, turismo y también barrios invisibles para el visitante que solo ve el centro amurallado.

En ese contexto terminé mis estudios de derecho en 2005. Ese mismo año me trasladé a Bogotá para realizar una especialización en derecho procesal. El derecho me dio lenguaje para algo que ya sentía desde niño: la justicia no es solo un valor abstracto, es una estructura que puede proteger al débil o dejarlo aún más expuesto. Mi interés nunca fue el derecho como decoración académica, sino como herramienta práctica para gente que normalmente no tiene abogado cerca.

Primeros pasos profesionales: finanzas y responsabilidad

Al terminar la especialización comencé a trabajar en el sector financiero en Bogotá. Ingresé a entidades como Macro Financiera y Cambios Country, que entonces eran socias. Allí me moví en el mundo del cumplimiento, la regulación y el manejo responsable del dinero de otros.

Esa etapa me enseñó disciplina, control y la importancia de la confianza. Pero también reforzó un contraste que venía viendo desde La Primavera. Mientras en ciertos sectores se habla de tasas, portafolios y mercados, mucha gente ni siquiera tiene acceso básico al sistema, o lo conoce solo cuando ya está endeudada. Nuevamente aparecía el mismo problema de fondo: hay poblaciones enteras que el diseño institucional simplemente no tiene en el centro de su mapa.

Venezuela: mi primera hija, un país hermoso y el derrumbe socialista

Mi historia también pasa por Venezuela. Viví allí dos años. No fui turista ocasional. Construí parte de mi vida en ese país. Mi hija mayor nació allá y hoy tiene dieciséis años. Eso hace que Venezuela no sea para mí un debate teórico, sino algo profundamente personal.

Venezuela es un país hermoso, con una riqueza natural impresionante y una cultura vibrante. Pero cuando la ideología se impone sobre el sentido común, la realidad cambia rápido. Viví el deterioro económico y social producido por el socialismo de Chávez. Vi negocios cerrar, vi filas para conseguir lo básico, vi cómo el Estado se hacía más poderoso mientras la gente se hacía más pobre.

Pude observar también cómo familias enteras empezaban a separarse. Unos se quedaban, otros se iban. Esa fragmentación silenciosa es una de las heridas más profundas que deja cualquier experimento político autoritario. Al final, yo también tuve que irme. En 2011 migré a Estados Unidos. Pasé de ser observador del éxodo a ser parte de él.

Estados Unidos: reinvención y escucha

Llegar a Estados Unidos significó comenzar de nuevo. Mi formación como abogado y mi experiencia en Colombia y Venezuela venían conmigo, pero el contexto era distinto. Uno de mis primeros pasos fue crear una agencia de medios para pequeños y medianos negocios en Miami. Más allá del nombre, lo importante es lo que sucedió allí.

Sentado frente a dueños de negocios cubanos, venezolanos y colombianos, empecé a escuchar historias en profundidad. Muchas tenían un patrón en común. Eran relatos de huida del socialismo, de la violencia, de la corrupción o de la falta total de oportunidades. Cada encuentro era una pieza más del mismo rompecabezas: personas empujadas a salir de su país por una mezcla de abandono interno y malas decisiones políticas.

En paralelo seguí formándome. Ya en Estados Unidos obtuve licencias en bienes raíces, seguros de salud y seguros de vida. Esas licencias llegaron en la etapa de reinvención, cuando empecé a trabajar de manera directa con la comunidad hispana para ayudarla en tres áreas muy concretas: vivienda, salud y protección de la familia. Más tarde, di un paso adicional al iniciar un LLM en Estados Unidos, buscando homologar mi carrera de derecho y poder ejercer también aquí.

De la experiencia a una causa: la Colombia migrante

Con el tiempo entendí que todo estaba conectado. La infancia en un municipio sin luz, agua ni teléfono; el miedo a la guerrilla en La Primavera; la sabana de Sincelejo; la Cartagena heroica; el trabajo en el sector financiero; el derrumbe de Venezuela; la llegada a Estados Unidos; las historias de migrantes que conocí en Miami. Todo apuntaba a la misma conclusión.

El abandono no es un accidente aislado, es un patrón que se repite. Primero se abandona un pueblo en el llano, luego una región entera, después un país se vacía y por último se normaliza que millones de ciudadanos vivan en el exterior sin una representación real. Es la misma lógica, en diferentes escalas.

Hoy mi trabajo se concentra precisamente ahí. En la defensa y organización de lo que llamo la Colombia migrante. No veo a los migrantes como una estadística de remesas, sino como una parte viva de la nación que ha sido obligada a irse por las mismas razones estructurales que conocí desde niño: abandono, inseguridad, modelos económicos destructivos y Estados que hablan en nombre del pueblo, pero le dan la espalda.

Mi fe en Jesucristo no está en un compartimiento aparte. Es la base de mi visión de la dignidad humana. Creo que cada persona, esté en La Primavera, en Sincelejo, en Cartagena, en Caracas o en Florida, tiene un valor que no depende del Estado ni de la ideología de turno. Eso me impide aceptar el abandono como algo normal y me empuja a usar la ley, la comunicación y el emprendimiento para acompañar a quienes el sistema suele dejar de último.

Lo que sigue

Vivo en el suroeste de Florida con mi esposa y nuestros cinco hijos, todos, de alguna forma, marcados por la historia de la migración. Sigo estudiando, trabajando, sirviendo en la iglesia, haciendo voluntariado y hablando en redes y espacios públicos.

Esta biografía tipo blog no pretende cerrar la historia, sino explicar por qué hago lo que hago. No hablo de migración, de política y de fe desde la distancia. Hablo desde la experiencia de haber vivido, en distintos lugares, las consecuencias de un mismo problema de fondo.

En resumen, mi vida ha sido un viaje desde la Colombia abandonada hacia la Colombia migrante. Y mi objetivo es que esa Colombia, la que está regada por el mundo, deje de ser el resultado silencioso del abandono y se convierta en un sujeto visible, con voz propia y con futuro.